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El grupo del PP en la Junta General del Principado de Asturias (JGPA) ha rechazado en el pleno de este viernes una enmienda de IU a su proposición para regular los «grupos de interés» o «lobby». La coalición pretendía que también se crease un registro sobre los «lobbies» que operen ante la JGPA. La enmienda solicitaba además que se crease un registro de la agenda pública de los diputados.

La negativa del PP a incluir este punto en una proposición que finalmente fue aprobada ha causado «extrañeza» en el portavoz de IU, Gaspar Llamazares, quien ha considerado raro que se contemple regulación para «lobbies» frente al Gobierno pero no frente al parlamento. «Nos resulta extraño que no se admita esa enmienda», ha dicho Llamazares, quien, no obstante, terminó votando a favor de la iniciativa de los populares.

La proposición no de ley aprobada pide al Gobierno un registro obligatorio de los grupos de interés en el Ámbito de la Administración del Principado, las entidades locales y sus organismos y entidades públicas, que será público, así como tipificar las infracciones en la materia y elaborar un código ético.

En la votación, Podemos ha tenido la llave del resultado final, dado que el PSOE votó en contra mientras que PP, IU, Foro y Ciudadanos lo hacían a favor. Si la formación morada hubiese votado en contra, la iniciativa habría decaído. Pero aunque el diputado de Podemos Daniel Ripa fue muy crítico con el PP, su grupo terminó absteniéndose y la propuesta del PP salió adelante.

Ripa, en su intervención, dijo que el problema no era el registro de los grupos de interés sino que en el PP «han ascendido demasiado rápido algunos delincuentes» y ha dicho que la proposición aprobada era «cosmética».

El diputado del PSOE Marcos Gutiérrez Escandón ha recordado que esta regulación de los lobbies ya se está abordando en el Libro blanco de Participación Ciudadana. Para el socialista, la iniciativa defendida por el PP no es más que «una improvisada ocurrencia del partido de Bárcenas en un intento de lavado de cara».

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Ya hay autores, como Edward T. Walker1 , que se atreven a hablar de la “uberización del activismo”, haciendo con ello referencia a la movilización de los ciudadanos como parte de la estrategia de lobbying e influencia de una compañía. El ejemplo de Uber es uno de los más sonados en Europa, pero no el único. Las compañías empiezan a sumar esta otra dimensión de la influencia, que sigue siendo política, pero utiliza como acelerador lo social.

Vivimos una transformación en la forma como las empresas influyen en la elaboración y desarrollo de las políticas públicas. Una transformación creativa, que tiene mucho aún de tabú, y que está en el backstage de muchas organizaciones, con y sin ánimo de lucro. Una transformación que amplía las posibilidades de diálogo y participación política de las empresas, así como del resto de grupos de interés2, porque, donde la mayoría solo ve en la política más incertidumbre, volatilidad y caos, una minoría ha sabido ver más actores (ciudadano o consumidor lobista), más issues (de impacto directo e indirecto en el negocio), más canales (off y online) y más eficiencia (gracias, principalmente, al big data).

Influir en política

En esa transformación las mejor posicionadas han sido las empresas unicornio3, como puede ser el caso de Uber, Pinterest, Spotify, Dropbox o Airbnb, y las medianas B2C. En las primeras, porque su juventud las hace carecer de los prejuicios que tienen las empresas tradicionales –cuando de activismo se habla, las empresas suelen verse enfrente de los ciudadanos y no a su lado. En las segundas, porque su estructura más ligera, y su contacto directo con el consumidor final, les permite adaptar estrategias y aprovechar oportunidades de forma mucho más ágil. En unas y otras porque son nativas digitales, pero también las empresas tradicionales se plantean qué otras opciones tienen cuando los espacios clásicos de influencia en la política se hacen menguantes y el escrutinio sobre la acción de gobierno se amplia, socializa y diversifica.

Cambiarán muchas cosas, pero el interés de las organizaciones por influir en la convivencia, no. Más al contrario, cada vez más grupos de interés van a competir por ocupar posiciones de influencia pública. Cuando hablamos de influencia en política, nos referimos a las estrategias, tácticas y acciones que los grupos de interés llevan a cabo de forma legítima (ética, estética, legal y crecientemente transparente), con objeto de modificar, frenar o impulsar políticas públicas. Y, en este punto, es relevante subrayar la idea de legitimidad. El lobby, para ser tal, ha de ser legítimo, no solo en su origen, sino también en el mensaje (qué pide), en el medio (cómo lo pide) y en el fin buscado (para qué lo pide).

¿Pero a qué obedece la acción de los grupos de interés en política? La democracia no es un modelo unilateral. La democracia es un proceso que mejora en la negociación y en lo gris. Existe un trasvase continuo de información e influencia entre lo público (instituciones públicas) y lo privado (grupos de interés) del que depende la calidad democrática de las sociedades occidentales. Cuanto mejor sea la calidad de esa relación, cuanto más plural, cuanto más matizada, mejor es la política pública resultante. Más, si cabe, en medio de la complejidad actual. En una reciente conversación un miembro del Congreso decía que uno de sus aprendizajes en política ha sido que no existe un “sí” o un “no” puros y que, a medida que escuchaba a los distintos actores implicados en un determinado asunto público, ya fuera la regulación de la prostitución o el establecimiento de una renta mínima universal, más dudaba, y, probablemente, fruto de la duda y la confrontación, mejoraba su decisión final. “Nunca he cambiado tantas veces mi posición original sobre un asunto público como ahora que estoy en política”. Y es que, en la disciplina de partido, también caben los matices.

Las empresas hacen política

En un escenario de creciente transparencia, accountability y participación ciudadana4, ¿qué rol deben ocupar los grupos de interés para incrementar sus posibilidades de influencia en la agenda pública? Como mencionábamos al comienzo de este artículo, existen cuatro vectores clave de movimiento: más actores, más issues, más canales y más métodos.

Más actores. No solo hacen lobbying las empresas grandes y las ONG, los sindicatos o las patronales. Al diálogo con los poderes públicos se han ido sumando nuevos actores. La lenta normalización de las relaciones entre actores públicos y privados ha traído consigo que empresas o entidades que antes jamás se habrían atrevido a tocar las puertas de los parlamentos o los gobiernos, ahora lo hagan.

Lo hacen por razones intrínsecas: 1. sienten legitimidad para hacerlo (pedagogía de la responsabilidad pública), 2. se unen a otros a través de alianzas (representatividad), 3. invocan a sus clientes o fans haciéndoles partícipes del problema y protagonistas (grassroots). Y lo hacen, también, por razones extrínsecas como es el propio hecho de que las barreras de acceso o influencia en lo público son ahora menos, gracias a la oportunidad digital.

Más issues. Los grupos de interés, en términos generales, se involucraban en aquellos issues que directamente impactaban con su negocio (entendido en su sentido más amplio). Con el paso del tiempo, los grupos de interés fueron haciendo lobbying sobre cuestiones que podrían afectar, directa o indirectamente, en su reputación o la del sector en el que actuaban. Un ejemplo sería el del vino en España a comienzos del siglo XXI o, previamente, el azúcar. Ambos ganaron, al menos durante un tiempo, la batalla de la legislación gracias a un trabajo intensivo en la agenda mediática y la opinión pública. Un tercer nivel sería el de la responsabilidad con la comunidad o con el ‘momento’, que hace que los grupos de interés hagan lobbying también desde el compromiso con unos valores y con una visión de sociedad. Es el denominado lobbying for good5 o lobbying social, del que IKEA o Unilever pueden dar buenos ejemplos. Las cuestiones medioambientales fueron las primeras elegidas para desarrollar este tipo de prácticas, pero no serán los últimos ni los más valientes. Seguimos con la mirada en el negocio, pero a la rentabilidad económica le pedimos rentabilidad social y responsabilidad, incluso, política.

Más canales. El lobby legítimo era un lobby, fundamentalmente, de despacho. A los encuentros directos con políticos le siguieron encuentros con los allegados de los políticos, aquellas personas que podían tener influencia sobre aquéllos. A la información interesada se le pidió opinión, a ésta análisis, al análisis contraste, etc., y fuimos del cóctel y el pasillo, a las reuniones formales, y de ahí a los estudios de terceros y las encuestas, a las conferencias y visitas sobre el terreno, a los expertos independientes y las formaciones sobre temas complejos, etc. Y llegó lo digital y las posibilidades se multiplicaron y las barreras se redujeron y hoy hay muchos que, incluso, hacen lobbying por whatsapp. “Venga, al grano”.

Más métodos. El lobbying ha construido campañas y estrategias desde la intuición al análisis. Ha introducido herramientas cuantitativas y cualitativas de la sociología, incluyendo, claro, la observación de los comportamientos –coyunturales o no- de los partidos políticos y los actores políticos. Como ya ocurre en las campañas electorales, las campañas de lobbying y advocacy se sofisticarán y harán más eficientes y efectivas gracias a las posibilidades del big data.

En Estados Unidos y Gran Bretaña, sobre todo, empezamos a ver mucho de este out of the box. Pero, cambie lo que cambie en la gestión de la influencia en la política, el objetivo perseguido por las compañías seguirá siendo el mismo: proteger o mejorar el negocio y/o la reputación. Algo muy similar a lo que a comienzos del siglo pasado señalaba Edward Bernays sobre el papel de la propaganda en los ciudadanos: “por muy sofisticada y cínica que se vuelva la actitud del público hacia los métodos de la publicidad, éste siempre tendrá que responder a las demandas básicas, porque siempre necesitará comida, se pirrará por divertirse, aspirará a la belleza o acatará al liderazgo”.

El lobbying en el laboratorio

A lo largo de la historia la sociedad ha sido objeto de influencia con un fin de ordenación, control, movilización o dirección. La religión, por ejemplo, ha sido un productor máximo de narrativas que generaran un cierto orden y modelo de sociedad (valores, comportamientos, aspiraciones, etc.). El mainstream que vivimos es producto de una socialización más o menos consentida (más o menos necesaria). La sociedad, en forma de masa o “multitud”, es el eje sobre el que ha pivotado la toma de decisión pública. A él se sumaron, con la hegemonía del capitalismo, las corporaciones empresariales (las marcas) con un fin comercial, el de ser deseables, aspiraciones y objetos de consumo elegido.
Las corporaciones que quieren influir en las políticas públicas habrán de hacerlo teniendo muy en cuenta el clima de opinión social y mediática al respecto. Y si no existe tal, crearlo; si es contrario, alterarlo; y si es a favor, subrayarlo. Con ética, estética y transparencia, esa es la clave. Y es diferencial porque ya dijo Nietzsche que la verdad absoluta no existe y sí existen las perspectivas. Trabajemos pues en las perspectivas. Y en ellas, y desde ellas, antes incluso de traspasar la frontera de la posverdad, hay mucho que hacer. Es lo que podríamos denominar de lobbying de laboratorio, un lobbying de carácter indirecto, que se desarrolla en la opinión pública y que se contrapone al lobbying de salón, que es aquel que se ejerce de forma directa con los decisores de las políticas públicas de que se trate. Lo hace Greenpeace, lo ace Wall-Mart. Lo harás tú.

De la gestión de la influencia a la gestión del consentimiento 7

Las empresas han hecho un verdadero esfuerzo por ganar influencia en los despachos en los que se tomaban decisiones. Nunca ha dejado de ser importante el acceso al decisor. Y nada de eso cambiará demasiado, excepto el hecho de que más importante que la gestión de la influencia para acceder, habrá de ser la gestión de consentimiento social a la decisión pendiente de tomar. De forma que cuando los grupos de interés accedan al decisor, parte del trabajo esté ya hecho y la opinión pública [los votantes] no sea un riesgo para el político.

Y es que, después de la coerción –en el entendido optimista y generoso de que, en las sociedades postmodernas, y a pesar de Donald Trump, vivimos en la postcoerción-, la fórmula para cohesionar, dirigir y dar estabilidad a las sociedades cambiantes pasó por lograr la convicción del otro –del sujeto o multitud gobernada- y, cuando ésta se torna inasible, al menos su consentimiento. Vivimos en sociedades que consienten políticas –en el sentido de aceptar sin convicción-, pero que no se ilusionan con ellas. Consentimos medidas excepcionales (congelación de salarios), restricciones (al tráfico) o copagos (sanitarios), por poner solo tres ejemplos, fruto de una pedagogía social que nos señala que ese es el camino más adecuado aquí y ahora. El consentimiento es una resignación activa que da forma moral y convivencial a la sociedad que consiente y ofrece, por ello, una oportunidad para el lobbying por venir.

La cuestión que le sigue a la gestión del consentimiento tiene que ver con el tiempo porque, como dice Daniel Innerarity8, el medio en el que se desarrolla la política es el tiempo, pero nos estamos quedando sin tiempo para la política analógica. Los cambios regulatorios que requieren los sectores y las empresas tardan mucho, demasiado porque el reloj de la política es al de los negocios, lo que el reloj geológico al biológico. ¡Y qué decir en el caso de los negocios digitales! Las empresas de Silicon Valley han tardado en ir a Washington, pero, del prototipo a la patente, la principal barrera que se encontraron no fue técnica ni tecnológica sino regulatoria y, si me apuran, de comprensión del fenómeno y de las ganancias y pérdidas que generaba fuera de Silicon Valley. ¿Cuándo es un buen momento para regular los drones? ¿Y la inteligencia artificial? ¿Y el modelo de negocio de Airbnb o Uber?

Y, por último, en cada uno de estos casos, ¿buscamos que se regule desde el problema o desde el síntoma? Clay Shirky 9 hace mención al Gin Craze (“locura de la ginebra”) que padeció la sociedad londinense del siglo XVIII al punto que hubo una verdadera alarma social por los índices de alcoholismo que alcanzó. Las autoridades lo intentaron todo, con leyes que prohibían aspectos a lo largo de toda la cadena de valor de la ginebra, desde la producción a su venta final. Lo intentaron todo menos entender qué ocurría. Eso llegó mucho tiempo después, cuando al fin se comprendió que el problema no era la ginebra sino la razón por la cual se consumía en aquellas cantidades desorbitadas. Era el malestar social y las duras condiciones de vida que Londres ofrecía, fruto de la industrialización y el crecimiento poblacional descontrolado. Fueron las mejoras en éstas las que ayudaron a reducir los índices de consumo de ginebra.

Si, como decía Henri Bergson, el tiempo es duración, la única alternativa posible, hoy, es ganarle tiempo a la decisión política. Y solo se gana tiempo haciendo evidentemente necesario el cambio buscado -trabajando- la perspectiva y el consentimiento social. Pensemos en cualquiera de los ejemplos mencionados. La única palanca para acelerar los cambios regulatorios que están por llegar reside en identificar bien el objeto sobre el que queremos trabajar (el problema o el síntoma), facilitarle al máximo el trabajo a aquel que habrá de tomar la decisión, buscar el consentimiento de las partes implicadas (afectados), identificar transiciones justas entre lo viejo –modelo anterior- y lo nuevo –modelo propuesto- y convertirse en parte de la solución. De ahí la ‘uberización del activismo’ con la que iniciábamos este artículo. Porque gracias a tener más actores, más issues, más canales y más métodos, tenemos también más herramientas para enfrentar cómo influimos en la toma de decisión política, en la convivencia.

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With the Brexit countdown underway, the UK has a huge amount to negotiate with the EU. While numerous issues ranging from immigrationto trade have been widely discussed, one important matter that has been overlooked is the impact of Brexit on corporate lobbying.

In the wake of Brexit, lobbyists will swarm London, just as over 30,000 of them have swarmed Brussels over the years. As a member of the European Union, the UK deferred significant chunks of its law making to EU institutions, from the environment and agriculture to health, trade and banking. Now that the UK is “taking back control” of its laws, London will be the place to be to try and influence the laws and regulation that will affect businesses.

The EU lobbying industry, whose size exceeds €39 billion, will be significantly disrupted by Brexit. Lobbying is a strategic tool used by firms to influence laws that are potentially unfavourable to their bottom line from being passed and pushing through legislation that will boost their profits. As well as changing the industry’s landscape in Brussels, Brexit will also have knock-on effects on the level of political engagement by companies in the UK.

The UK government’s lobbying register, which woefully covers less than 4% of the 4,000-plus lobbyists in the UK’s £2 billion lobbying industry, reveals that the number of registered lobbyists increased from 117 in 2015 to 150 by December 2016. The number of lobbying contracts also surged from 664 in the first half to 704 in the second half of 2016, after the Brexit vote. Clearly, the corporate sway is already in gear.

Businesses are in desperate need of advice on government relations; hence some law firms have created specialised Brexit units to cope with the demand while some former government officials have taken up lobbying jobs to help firms shape UK policy.

Meanwhile, British lobbyists in Brussels are finding it difficult to get jobsin the aftermath of Brexit, perhaps due to the expected waning influence of the UK in European matters. Consequently, these lobbyists may return to a booming lobbying market at home.

Big pockets, big influence

There will be significant costs for firms that want to wield regulatory and policy power, with money required to persuade politicians and the voting public to support their goals through various means. So those with deeper pockets will have bigger influences.

Many local and foreign firms in the UK will jockey for influence, which will increase demand for lobbyist services and culminate in higher costs of doing business. Costs will be particularly higher for British multinational enterprises with operations in Europe, as they will have no choice but to duplicate lobbying functions in Brussels and London in order to maintain some influence in both UK and EU markets.

With Brexit negotiations set to be contentious, the two-year period within which the UK will extricate itself from the EU is a window of flux when firms, in their bid to influence EU and UK MPs, will rack up their highest lobbying costs. UK firms in Europe might even have to dig deeper into their pockets to get fair hearings from the EU which, allegedly, has already began to isolate the UK. The high lobbying costs could further diminish the prospects of Britain’s businesses supporting the government’s effort to secure a good trade deal with the EU.

If future UK laws do not mirror existing EU ones, UK firms will incur additional costs in training managers and employees to grasp and understand any changes in regulatory jurisdictions. And if care is not taken, previously taken-for-granted EU regulations could lead to errors and heavy punitive sanctions for firms.

When elephants fight, the grass suffers

In the battle for influence, there is a high likelihood that small firms will be squeezed out of the post-Brexit policy process due to the high costs involved and the limited voice they will have in Westminster. There might be instances of corporate dystopia where large and resource-endowed firms unfairly dominate the political agenda. Though this has always been the case in the UK, it is more serious now due to the number and significance of the policies that have to be formulated or revised.

It therefore behoves the UK government to fulfil its promise and create a level and transparent playing field for all firms, otherwise a few elephants will kill the grass that is the source of livelihood for many British people. Small and medium enterprises (SMEs), which account for the bulk of the UK’s private sector, will likely suffer as a result. So not only will the lobbying boom be potentially bad for democracy, but also for the large number of small firms that form a vital part of the UK economy.

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En el siglo XIX quienes querían persuadir de algo a un miembro de la Cámara de los Comunes, se reunían con ellos en los pasillos. De ahí viene la palabra lobby, vestíbulo en inglés, actividad que Estados Unidos regularizó en 1946 con la Lobbying Act .

La idea de un registro de lobistas llegó en la primera década de los 2000 a Australia, Alemania, Reino Unido y Austria. La CNMC creó el primero de España en 2016, inspirándose en el de la Comisión Europea, también de naturaleza voluntaria. Después, Cataluña aprobó su ley autonómica para el sector.

Regularizar la profesión: una demanda de una década

Atendiendo a las recomendaciones del Consejo de Europa formuladas a través del Grupo de Estados Contra la Corrupción (GRECCO), la regulación de los «grupos de interés» se debate en el Congreso con dos propuestas de ley: la de modificación de Ley de Transparencia con un registro de lobbies y la del Reglamento de la Cámara. Cinco comunidades, Navarra, Castilla-La Mancha, Asturias, Navarra y Valencia, trabajan en ello también. «No había nada y ahora estamos desbordados», cuenta María Rosa Rotondo, presidenta de la Asociación de Profesionales de las Relaciones Públicas, APRI. «Veníamos defendiendo nuestra actividad como una forma de participación que es necesario regular. Nos ha costado 10 años llegar hasta aquí», se queja.

«Regular los lobbies implica poner el foco en los grandes asuntos, saber cómo se toman las decisiones: cómo se regula el sector eléctrico o se rescata una autopista», explica David Cabo, cofundador de CIVIO. Esta fundación ya intentó que la regulación de los lobbies formara parte de la Ley de Derecho de Acceso a la Información. «Nos dijeron que era muy complicado», recuerda. «Somos los primeros en hacer lobbying ; nos reunimos con partidos políticos e intentamos introducir nuestras enmiendas en las leyes», reconoce. «Todo el mundo sabe que esas reuniones se producen, pero necesitamos reglas», demanda Rotondo.

Registro universal o excepciones

La cuestión de si todos los que se relacionan con entes públicos deben inscribirse en el registro está en el centro del debate. Los abogados pueden escoger hacerlo o no según la ley catalana y la valenciana excluye a sindicatos, organizaciones empresariales y asociaciones de consumidores. «No podemos imponer una sanción a determinadas organizaciones a las que la Constitución otorga una relación especial con la Administración por tener un papel constitucional reconocido», explicaba la Secretaria de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación valenciana, Zulima Pérez Seguí en unas jornadas sobre la materia organizadas por la CNMC y la Fundación Chile-España.

Algo similar ha hecho el Ayuntamiento de Madrid, el primero del mundo en crear un registro para lobistas. «No tienen sentido que un municipio pequeño lo haga, pero Madrid gestiona un presupuesto de 5000 millones de euros», señala David Cabo. «Como no hay un marco regulatorio, no son propuestas homogéneas», denuncian desde APRI mientras recuerdan que la existencia de múltiples registros «no asegura la transparencia». Su propuesta es uno «común, obligatorio y universal que dependa del Consejo de Transparencia y Buen Gobierno«.

Otro punto de desencuentro entre legisladores y profesionales es la cuestión de la confidencialidad. APRI declara su «preocupación» porque toda la normativa elaborada hasta la fecha conlleva la «publicidad activa» de la documentación que se entregue en las reuniones con autoridades. «La transparencia no está reñida con la confidencialidad», sostiene su presidenta, que critica esta visión por su «falta de eficacia» y la describe como «una forma burda de llegar a la huella legislativa, que es donde debe aparecer». En CIVIO, en cambio, creen que «hay que valorar interés público versus confidencialidad, como las enmiendas o modificaciones a las leyes», explica su cofundador.

Un segundo conflicto surge entre la protección de datos, regulada por una ley orgánica, y la transparencia, con un rango inferior. «Se usa para eludir dar la información», denuncia Cabo mientras hace referencia a una petición planteada por CIVIO al Ministerio de Defensa. «Queríamos saber quién viaja en los aviones oficiales. El Consejo de Transparencia avala nuestra demanda de información pero Defensa se niega a reconocer al Consejo y sus decisiones. Llevamos 16 meses con este tema», denuncia.

Ningún registro europeo de lobistas posee garantías para detectar «la influencia indebida»

Aunque la regulación de los lobbies en España está en sus inicios, en la Unión Europea ya son ocho los países que cuentan con registros nacionales de lobistas. El informe de Transparencia Internacional El lobby en Europa. Influencia encubierta, acceso privilegiado los analiza junto al de Transparencia de la UE que, por ejemplo, no incluye al Consejo de Europa. La puntuación más alta la obtiene el esloveno y la más baja el británico, aunque la supervisión en general «es débil o falta por completo». En resumen, ninguno de los países analizados puede presumir de «tener garantías adecuadas para detectar e impedir la influencia indebida».

El estudio destaca la importancia de definir «lobista» y «lobby» para que el registro y la regulación de la actividad sean eficaces ya que se detectó que en muchos casos su definición legal era «demasiado limitada» dando como resultado «registros débiles que no llegan a capturar a todos los que buscan influenciar las leyes y políticas» puesto que «ninguna contiene una definición adecuada».

Según esta organización, que reconoce ejercer el lobbying social, en la mayoría de Europa se da una «creciente profesionalización» del lobby. Entre los clientes de estos profesionales se encuentran empresas, asociaciones, agencias del sector público y ONG. Solo en Bruselas hay 30.000 lobistas, afirma el Corporate Europe Observatory.

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A pocos días de que finalice el año, un total de 338 grupos de interés se han apuntado al registro que la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC)puso en marcha principios de marzo. El grupo más mayoritario de ‘?lobbies’? registrado hasta ahora lo constituyen las patronales empresariales, con la CEOE o la asociación madrileñaCEIM a la cabeza.

La Asociación Española de la Economia Digital, la Federación Española Empresarial de Transporte de Viajeros (ASINTRA) o la Asociación de Cadenas Españolas de Supermercados son otras de las patronales que se han registrado. También la de banca AEB, la de aerolíneas Aceta, la de bebidas refrescantes (Anfabra) o la Asociación Española del Gas.

Además, se inscribieron en el registro de grupos de interés de la CNMC las patronales de las de constructoras Seopan y CNC, la eléctrica Unesa, la de renovables APPA, la hotelera Cehat, la de seguros Unespa, las de comercio CEC y Anged, la del autobús Fenebus y la de telecomunicaciones Ametic.

También aparecen en el listado empresas en solitario, como Telefónica, Correos, Cellnex o Red Eléctrica, así como la plataforma para compartir coche BlaBlaCar, una de las compañías de consumo colaborativo más destacadas.

Por otro lado, se han inscrito asociaciones de consumidores como la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU), la Confederación Española de cooperativas de Consumidores y Usuarios (Hispaccop), la de Usuarios de la Comunicación (AUC) la Asociación de Internautas y la Asociación de Usuarios de Internet.

Hay además empresas dedicadas a la comunicación (Evercom, Burson-Marsteller, Edelman, Hill and Knowlton o Llorente y Cuenca) y organizaciones sociales (Comité de Representantes de Personas con Discapacidad, la Plataforma de ONG de Acción Social o la Confederación LGTB Española Colegas).

Sin embargo, el ritmo de inscripciones en el registro se ha ralentizado en los últimos meses, ya que a finales de mayo eran ya cerca de 225 los ?lobbies? registrados y a finales de julio había 275. En lo que va de diciembre solo ha habido cuatro inscripciones, como señala Servimedia.

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La nueva ley define el rol de la nueva Agencia Nacional Anticorrupción, que será encabezada por un juez[1], designado por decreto por el Poder Ejecutivo Nacional, con una duración de seis años, no renovable.

Este magistrado tendrá entre otras funciones: la preparación de recomendaciones para asistir a las compañías públicas y privadas para prevenir y combatir la corrupción; el control de la calidad y eficiencia de los procedimientos implementados por las administraciones públicas para la prevención de la corrupción y monitorear la implementación de programas de cumplimiento (compliance).

A su vez, la Agencia podrá aplicar sanciones en caso de incumplimiento, llegando a una pena de multa de hasta un millón de euros.

La ley contra la  corrupción incluye un registro de lobistas a fin de transparentar los intereses en juego en las negociaciones que realizan.

Los lobistas son definidos como “representantes de intereses” e incluye a administradores, gerentes, empleados y miembros de compañías públicas o privadas cuya actividad habitual sea influenciar las decisiones públicas y el contenido de leyes y regulaciones administrativas.

En este marco legal, cuando un lobista se vincula con un miembro del gobierno, incluyendo cualquier miembro o funcionario del poder ejecutivo, parlamentarios o cualquier empleado público, debe revelar su relación con él y registrar ese contacto en el registro on line de la Alta autoridad francesa para la transparencia en la vida pública.

Se le exigen los siguientes datos: la identidad de la persona, o la identidad de los directores si se trata de una persona jurídica, el alcance de su representación, cual ha sido su actividad de representación e el monto de gastos asignados a su actividad en el año precedente; el número de personas que emplea para llevar adelante su actividad de representación o el volumen de facturación si fuera una empresa ; el gremio, asociación profesional o grupo de interés  que representa o a que pertenece. Además se les imponen reglas éticas para el ejercicio de la actividad.

El organismo de control posee las facultades y potestades como para obligar a los representantes de esos intereses a comunicar la información exigida en el registro y el cumplimiento de las reglas éticas. La penalidad por el incumplimiento puede ser una pena de multa de hasta 15.000 euros y la prisión de hasta un año.

La ley trata otros temas vinculados a la corrupción, cómo el  marco legal para el tratamiento de los casos de información interna brindada por informantes (whistle-blowers), y la obligación de las compañías de establecer un sistema para que los mismos canalicen su información. También establece la obligación de protección contra la discriminación o medias disciplinarias en su contra.

La ley  modifica el código penal en diversos artículos, por ejemplo el art. 131-39-2, estableciendo que se podrá aplicar una sanción,  a las personas jurídicas bajo el control de la Agencia, que implica un programa de cumplimiento (compliance) pro un máximo de cinco años que incluya un código de ética respecto a la corrupción y el tráfico de influencias, un sistema de alertas para recoger información de los empleados; evaluación de los clientes según un mapa de riesgos, controles contables internos y externos, etc.

También prevé una modificación al art. 434-43-1 por la cual se castiga a los agentes o representantes de una persona jurídica, condenada conforme el artículo 131-39-2, que se abstengan de tomar las medidas necesarias o que impidan el cumplimiento de las obligaciones derivadas, por lo cual se establece  una pena de dos años de prisión y multa de 50.000 euros.

En definitiva, la ley analiza diversos temas vinculados a la corrupción tanto pública como privada, por lo cual podría ser un antecedente interesante para los proyectos de legislación nacional. En particular teniendo en cuenta que la prevención de la corrupción y la transparencia en la actividad pública y privada están actualmente muy presentes en el debate público.

En este sentido, debemos recordar que, aunque por obvio no es menos cierto, la prevención depende en menor medida de la sanción de hechos del pasado que del establecimiento de estructuras que tiendan a la transparencia de la actividad y permitan controlar antes de que sea asunto del poder judicial el juzgamiento de los responsables.

Nota

[1] Interpreto, a partir del texto del artículo, que este juez sería independiente de la jerarquía judicial, es decir no dependerá jerárquicamente, ni administrativamente, de ningún otro juez o tribunal del Poder Judicial. Este juez dirige la agencia y no recibe, ni solicita, instrucciones de ninguna autoridad administrativa o del gobierno en la realización de las tareas asignadas.  La agencia contará con un comité de disciplina responsable de imponer las sanciones integrado por seis miembros. 

Autor: Mario Alberto Villar

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Si nos atenemos a la primera interpretación de puertas giratorias de esta serie de artículos, no es cierto en absoluto que impedir dichas puertas giratorias condene a la muerte civil al que deja la vida pública. Todo lo contrario, el paso por ciertos niveles de la política suele dar una notoriedad, unos conocimientos y una agenda de contactos que, como en cualquier profesión, si se ha hecho bien, mejoran sustancialmente el currículum personal y facilitan una rápida mejora de la carrera profesional del político en cuestión.

Ahora bien, impedir las puertas giratorias en la segunda acepción dada en esta serie llevaría a la muerte del ascenso fraudulento a quienes harían uso de ellas, conscientemente o no, para entrar en un conflicto de intereses entre su futuro para la vuelta provechosa a las empresas o sectores de los que provienen y la integridad de sus funciones de regulación y control de dichas empresas.

No, impedir el segundo tipo de puertas giratorias no conduce a un político completamente profesionalizado que desea vivir siempre de la política, más bien al contrario, es la posibilidad de que la política mejore sus carreras e ingresos profesionales lo que les puede llevar a luchar por permanecer en la política hasta llegar lo más alto posible en sus carreras o hasta que estas les permitan tener la suficiente relevancia social para dar el salto al sector privado y, también viceversa, el paso del mundo profesional y directivo a la alta política y vuelta a la vuelta de la puerta giratoria.

Ante esa posibilidad y con un sistema electoral de listas cerradas, decididas verticalmente a dedo por los partidos, lleva también a la dependencia de los elegidos por los ciudadanos no de quienes los eligieron sino de los aparatos partidarios que deciden su futuro, creando una endogamia orgánica que lleva a la selección negativa de una parte de la clase política formada por sumisos y mediocres, incapaces de ganarse la vida a ese nivel en competencia leal con los demás y buscadores del lanzamiento a los altos niveles de la empresa o de la permanencia en la política a toda costa.

La regulación de los grupos de interés, su `lobby´ y sus lobistas.

Y en esta larga y peligrosa transición entre un sistema de influencia endogámico, nepotista y corporativo, llamémosle tradicional y un sistema basado en la formación, el mérito y la experiencia, llamémosle profesional,nos encontramos hoy sin tener aún reguladas las normas que deben regir los grupos de interés y su defensa, los lobbies y los lobistas y sus registros lo cual incrementa, si cabe, los riesgos de funcionamiento irregular de los mismos.

Nos movemos entre dos mundos muy diferentes a los que, ciudadanos y medios de comunicación llaman de la misma forma y mete en el mismo saco: los lobbies y los lobistas. Por un lado, están quienes forman parte del sistema que acabamos de denominar tradicional, los de ¡esto lo arreglo yo en una cena!, hoy claramente colmatado por los casos judiciales que hacen de la corrupción la segunda preocupación de los españoles y a quienes no se debe llamar lobistas, si no traficantes de influencias.

Por otro lado, están los lobistas profesionales, aquellos que, simplemente, como en los mejores países de nuestro entorno, pretenden ser buenos profesionales dedicados a perfeccionar la democracia a través del ejercicio de los derechos constitucionales para trasladar las opiniones e intereses de todos los grupos sociales y económicos a los poderes públicos para que estos tengan toda la información posible sobre las consecuencias de cada opción a la hora de decidir, de la mejor forma posible, el interés general.

Los mal llamados lobistas, traficantes de influencias tradicionales huyen de la transparencia, de las incompatibilidades y de la limitación de las puertas giratorias como Drácula de la luz: mueren con ella. Por el contrario los lobistas profesionales aman la transparencia y necesitan del registro, de las incompatibilidades, y de la limitación de las puertas giratorias, entendidas en su segunda acepción, las aman como la propia luz que les da la vida.

Dicho claramente, un profesional del lobby no debe desear pasar de representar a un grupo de interés regulado a ser el regulador de esos mismos intereses a corto o medio plazo, el conflicto de intereses sería evidente. Tampoco un regulador debería desear pasar a representar los intereses que regula a corto y medio plazo, tendría el mismo conflicto. La luz correría peligro ante las sombras.

Los lobistas profesionales necesitan un registro y unas normas de gestión pública absolutamente transparentes que separen el grano de la paja en los procesos de decisión pública. Necesitan del registro donde todos sepan quién es quién y a quién defiende cada uno, donde todos sepan, con las agendas públicas y la huella legislativa quién se reúne con quién y qué defiende cada uno, necesitan, por fin, de un claro sistema de control de las puertas giratorias que reduzcan el conflicto de intereses y el tráfico de influencias para que el ejercicio abierto y transparente del derecho democrático a la defensa de la propia opinión y del propio interés puedan consolidar la democracia.

Solo la defensa a ultranza de la transparencia y de la luz que pueden conseguir el registro, la agenda pública, la huella legislativa y la limitación de las puertas giratorias podrán mantener y acrecentar la credibilidad y reputación de los lobistas profesionales frente a los traficantes de influencias tradicionales. Solo el compromiso de los mismos con los instrumentos para conseguir estos valores podrán separar el trigo de la paja, podrán separar el reino de la luz del de las tinieblas y poner, a cada uno, en el lugar que merece.

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El presidente electo de Estados Unidos,Donald Trump, ha impuesto un estricto código que impedirá a los que acepten un empleo en su Administración trabajar en los ‘lobbies’ una vez haya finalizado su vínculo con la Casa Blanca, según informó este miércoles su equipo de transición.

La medida tiene como objetivo evitar las puertas giratorias entre la Casa Blanca y los grupos de presión que abundan en Washington, uno de los principales caballos de batalla de Trump durante la campaña con el que pretendía denunciar la «corrupción» del sistema político.

«La clave para esta Administración será que la gente que salga del Gobierno no pueda utilizar esa experiencia para enriquecerse personalmente«, explicó el portavoz republicano Sean Spicer durante una conferencia telefónica con medios de comunicación. Quienes acepten la condición de Trump no podrán trabajar para los grupos de presión hasta pasados cinco años después de dejar su empleo gubernamental, una estricta medida que puede disuadir a algunos de sumarse al equipo del magnate.

Obama impuso un código menos restrictivo que tan sólo prohibía a los ex trabajadores usar sus influencias en la agencia gubernamental para la que habían trabajado, pero tenían vía libre con el resto del Gobierno. Además, el código prohibía ejercer como lobista pero no trabajar como abogado, consultor o asesor en las mismas funciones, una brecha que muchos han aprovechado.

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El Área de Participación Ciudadana, Transparencia y Gobierno Abierto del Ayuntamiento de Madrid recibirá en 2017 más de 39,78 millones de euros, según el proyecto de presupuesto para el próximo ejercicio. La implantación del registro de lobbies y dos nuevas consultas ciudadanas son los dos proyectos más relevantes del departamento.

El departamento que lidera Pablo Soto pretende reducir el tiempo medio de respuesta a solicitudes de acceso a la información pública a 20 días e incrementar en un 75 por ciento las consultas en el portal municipal de datos abiertos, incorporando información en tiempo real mediante herramientas que lo permitan. Se fomentará la administración electrónica en la gestión de los servicios municipales mediante el impulso de la firma digital administrativa. Se iniciarán nuevas cartas de servicios y se impulsará el observatorio de la ciudad. Se reducirá el tiempo de respuesta de sugerencias y reclamaciones a 45 días.

En participación ciudadana, se celebrarán dos nuevas consultas en 2017 y se desarrollarán dos nuevos mecanismos para otros formatos de participación e innovación social. Se creará un nuevo portal de Transparencia y una aplicación que permita hacer un registro de lobbies. También se incrementará la información sobre los cargos públicos, poniendo de manifiesto los gastos protocolarios y de viajes, declaraciones de intereses, etcétera. Se incrementarán las visitas a la web de Gobierno abierto y se extenderá el formato madrileño de participación ciudadana a otras diez ciudades y a otros organismos públicos. También se realizarán actuaciones en los distritos destinadas a promover la participación infantil. Se impulsará el programa municipal de voluntariado, promoviendo los voluntarios puntuales y permanentes. También se les dará formación específica. También se trabajará con entidades colaboradoras en proyectos de esta naturaleza. Línea Madrid mantendrá en 2017 su partida de 12,3 millones para la adjudicataria privada de operadores telefónicos del servicio, dentro de la prórroga de dos años que estableció el Consistorio antes de decidir si remunicipaliza el servicio.

Apenas 800.000 irán destinados a inversiones. Las principales irán dedicadas a la reforma y amueblado de oficinas de Línea Madrid.

Según el estudio “La visión empresarial de los Public Affaires en España” realizado por la Escuela Internacional de Comunicación (EIC) y el Foro APRI –integrado por las consultoras de Public Affairs y Relaciones Institucionales Burson-Marsteller, Political Intelligence, KREAB, Deva y Redondo y Asociados- 4 de cada 10 responsables de los asuntos públicos en las empresas y organizaciones en España depende directamente de la dirección general. Los cambios en el tablero político y el aumento de la regulación se adivinan como los factores clave del aumento del peso de estos profesionales en el entorno privado, una tendencia que a todas luces seguirá al alza en España, donde aún se espera una regulación uniforme sobre el lobby y el trabajo de los profesionales de los asuntos públicos.

La regeneración política que ha vivido –y vive actualmente– España, unido a la exigencia de una mayor transparencia a las organizaciones privadas está contribuyendo en los últimos tiempos a que una figura –hasta ahora invisible– salga de las penumbras. Los profesionales de los asuntos públicos o relaciones institucionales (los llamados –y denostados– lobistas) poco a poco se van colocando al frente de las organizaciones y ocupando puestos de poder. Así al menos lo demuestra el estudio “La visión empresarial de los Public Affaires en España”, realizado por la APRI en colaboración con las firmas Burson Marsteller, Deva, KREAB, Political Intelligence y Redondo y Asociados y que se ha presentado esta semana en Madrid. Según este informe, el 40% de los profesionales de los asuntos públicos reporta directamente a la dirección general de las compañías, una prueba del peso que esta figura está cobrando en el sector empresarial nacional.

Aún la figura del profesional de las relaciones institucionales está cobrando protagonismo, y muchas veces estas competencias están siendo asumidas por otras figuras dentro de las empresas. Así, por ejemplo, un 6% de los responsables de marketing y comunicación también se hacen cargo de estas funciones. El 16% de los responsables de los asuntos corporativos. La figura que más acapara las relaciones con los stakeholders públicos es el responsable de relaciones externas, precisamente por esa cercanía con los grupos de interés ajenos a la organización.

Los asuntos públicos están cada vez más integrados en la estructura corporativa

Según el estudio “La visión empresarial de los Public Affaires en España”, las grandes empresas, asociaciones empresariales, despachos de public affaires y ONG´s son quienes más desarrollan esta actividad en España. Influir en la regulación de las actividades sectoriales y mejorar el entorno de negocio de las compañías son las principales utilidades de los public affaires para los profesionales. Sin embargo, y a pesar de la mejora de la imagen del trabajo de estos profesionales, aún la falta de una regulación a nivel nacional hace difícil que cambie la percepción sobre su trabajo con las administraciones públicas. En este sentido, transparencia, regulación, y registro son los factores que, a juicio de los profesionales de las relaciones institucionales, contribuyen a mejorar la percepción de esta actividad en la sociedad. Por este motivo, para la inmensa mayoría de los profesionales entrevistados en el estudio, la regulación de la actividad de lobby y public affaires es necesaria.

Una de las asignaturas pendientes del anterior gobierno del Partido Popular fue sacar adelante la prometida y ansiada regulación del lobby dentro del Congreso de los Diputados. Por el momento, desde algunas comunidades autónomas e instituciones, como la CNMC o el ayuntamiento de Madrid se han puesto en marcha iniciativas relacionadas con el registro de lobistas y empresas dedicadas a los asuntos públicos, aunque estas medidas son vistas con buenos ojos por el sector, aún se consideran insuficientes. Para muchos profesionales, la regulación ayudará a una mejora de la práctica y también una mejora notable en la percepción pública de la actividad del lobby y los asuntos públicos.

El asesoramiento externo en Public Affaires, con buenos ojos por las empresas

Según el estudio de APRI, “la mayoría de las compañías trabajan con consultoras especializadas y el 88% repetiría las compañías contratadas con recursos externos”. En este sentido, la puesta en marcha de registros como el de la CNMC, ha abierto las puertas a muchas empresas del sector a “hacerse visibles” en estas tareas y poder ofrecer sus servicios de una manera profesional, alejada de las sombras.

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