Victoria Troyano Fernández, Responsable de Comunicación y Asuntos Públicos de la Asociación Europea del Cáñamo Industrial (EIHA)

Empezaré este artículo con una palabra: cannabis.

Ahora, escribid en un papel, o en cualquier soporte digital que tengáis a mano, las tres primeras ideas o imágenes que os haya evocado este término.

(…)

Bien. He hecho este mismo ejercicio con familiares y amigos, pero en este caso el sujeto del experimento ha sido lobby. Os enumero a continuación las respuestas que más se han repetido:

Grandes empresas, corrupción, influencia, intereses, presión, dinero, políticos.

Me atrevo a imaginar que, en el caso de cannabis, algunos de los términos ganadores incluyen planta, droga o marihuana, y que pocos (o quizá ninguno) habréis escrito sostenibilidad, agricultura o medioambiente, al igual que durante mi humilde experimento casero no recibí ningún Whatsapp con las palabras proceso democrático, regulación o transparencia.

Surge entonces la siguiente pregunta: ¿qué razón nos lleva a escribir unos términos y no otros? Una posible respuesta es que pensamos mediante marcos. Parafraseando al lingüista cognitivo George Lakoff, un marco sería una estructura mental que determina la manera que tenemos de percibir y entender la realidad. Los marcos están formados por ideas, que a su vez se transmiten mediante el lenguaje. Algunos, como los que envuelven los términos que he usado como ejemplo, están fuertemente arraigados en lo que Lakoff llama nuestro «inconsciente cognitivo». Esto quiere decir que, al oír, leer o pronunciar una palabra, nuestra mente automáticamente evoca toda una serie de conceptos. Dicho esto, si quisiéramos inducir a pensar de forma diferente, deberíamos empezar por cambiar el modo en que comunicamos.

El hecho de haber empezado este artículo escribiendo cannabis no ha sido casualidad ni provocación. Trabajo en el sector del cáñamo industrial, y a diario me encuentro ante la dificultad (añadida) de defender los intereses de un sector que, pese a tener un gran potencial medioambiental, agrícola y económico, evoca mapas mentales nada favorables para que, por ejemplo, nos reciba un eurodiputado o iniciemos un diálogo con un grupo de interés sin percibir un halo de incomodidad que traspasa hasta la pantalla del ordenador.

Al objeto de investigar la influencia de los marcos mentales en la práctica de los asuntos públicos, empecé a analizar la manera en que comunicábamos, desde una nota de prensa, hasta un correo electrónico o una conversación virtual.  Comprobé entonces que repetíamos frases como «El sector está condicionado por leyes injustas que prohíben (…)» o «Es irracional que se discrimine el cáñamo frente a otros cultivos», entre otras. En mi opinión, este lenguaje transmite las siguientes ideas: ‘víctima’, ‘agresividad’ y ‘prohibicionismo’, que no hacen más que reforzar el mapa mental negativo de cannabis. Entonces me pregunté, ¿son estos los marcos que queremos activar en nuestro interlocutor a la hora de construir un diálogo?, ¿qué pasaría si adoptáramos la estrategia contraria y enmarcáramos las mismas ideas con un lenguaje diferente y menos «reactivo»? Por ejemplo: «El sector requiere una regulación adecuada que posibilite (…)» o «Pedimos una igualdad de condiciones para el cultivo del cáñamo».

Podemos advertir (evidentemente, esto es un análisis preliminar y un par de ejemplos no son suficientes para comprobar una hipótesis) que, efectivamente, las palabras que usamos para enmarcar la idea que queremos comunicar pueden determinar que en la mente de nuestro interlocutor se active un mapa mental u otro, y esto debería tenerse en cuenta a la hora de hacer lobby, especialmente cuando « no jugamos en casa», algo que puede suceder a menudo.

Por último, también observé que, conscientemente, evitábamos usar la palabra cannabis, favoreciendo el término cáñamo, probablemente por intentar suavizar el «efecto recelo» de nuestro oyente. Entonces tomé consciencia de que me sucedía lo mismo a la hora de utilizar la palabra lobby, la cual sustituyo a menudo por asociación. Imaginad que digo que trabajo en el «lobby del cannabis» en lugar de en la «asociación del cáñamo industrial», genera un efecto distinto, ¿verdad? Sin embargo, estoy diciendo prácticamente lo mismo. Esto me lleva a pensar si deberíamos abogar por mantener un lenguaje más «políticamente correcto» como podrían ser asociación y cáñamo en detrimento de lobby y cannabis (por seguir con nuestros ejemplos), o si tendríamos que defender una actitud más «purista», llamar a las cosas por su nombre, y transformar el marco «desde dentro» a través de la forma en que comunicamos nuestros intereses. Dejo la cuestión abierta, y os animo a reflexionar sobre cómo influyen los marcos conceptuales en vuestro día a día como profesionales de las relaciones institucionales.