Eduardo Hernández-Aznar Ripoll, Consultor internacional de relaciones institucionales y diplomacia corporativa y Director Ejecutivo de Crib Consulting
La palabra confianza que utilizaban los romanos “FIDES”, pertenecía a una de las tres virtudes públicas esenciales que para su cultura deberían ser compartidas por toda la sociedad. Ese pilar de hace más de dos mil años pronunciado en latín se reproduce hoy en nuestras lenguas actuales. Los anglosajones utilizan Trust, más acorde a su pragmatismo. Es corta, directa, efectiva, la latina evolucionó a confianza, la raíz del verbo fiar que a su vez procede de fidere – fides (lealtad, fe y confianza). Lo cierto es que la confianza sigue siendo hoy en día uno de los valores fundamentales no solo en nuestra vida cotidiana, sino también en nuestros quehaceres y negocios.
El desarrollo de la tecnología y el contexto tecnológico en constante innovación nos ha invitado a conformar un ecosistema imaginario donde aparentemente personas conectadas en todo el mundo, en base a segmentación de gustos, género o ingresos puede demandar y acceder a un conjunto casi ilimitado de productos y servicios. Un globalismo llevado al extremo. Un idealismo ambicionado especialmente por liberales para vender mejor, y, sobretodo vender más.
La confianza en ese contexto ideal, por supuesto no desaparece, está traducida al lenguaje universal de nuestro tiempo: El digital. De hecho, existe incluso una criptomoneda basada en un sistema contractual perfecto, denominada Ethereum donde se cumple un contrato de manera automática remunerando el servicio tan pronto es ejecutado. El activo reputacional de las organizaciones también juega un papel importante en aras de anhelar el milenario valor de la confianza, que se traduce en compromiso, fidelidad a largo plazo de clientes, consumidores, usuarios, acreedores y votantes.
La tendencia parece indicar que la tecnología va unida a la percepción de los demandantes sobre los oferentes. Muchos emprendedores plantean sus propuestas en base a ello, teniendo en cuenta la exponencialidad de sus iniciativas. Piensan que si un producto o servicio es lo suficientemente bueno y competitivo, el negocio será un éxito.
Sin embargo, considero que ese aspecto puede servir… un tiempo. El largo plazo requiere de una confianza superlativa, basada en el trato humano, no somos robots que adquieren bienes y servicios, somos personas que confían en otras.
Aquí entra también el rol de las relaciones institucionales, un papel mucho más artesanal, alejado del automatismo pragmático, una faceta basada en el confidere clásico capaz de interpretar una realidad ajena a cualquier contexto o coyuntura y que permita una clarividencia humana combinada con la experiencia profesional previa. Una actividad fundamental que no conecta objetos o servicios sino que cultiva relaciones, contribuye a fortalecer el valor de la confianza y consolida nuevas vías de entendimiento que extrapolan cualquier momento histórico actual.
Como consultor internacional, especialmente vinculado a España y a América Latina, sé perfectamente que no todo es tecnológico, las oportunidades de inversión, la propia internacionalización de las organizaciones de un continente a otro, para la adquisición de servicios, propiedades, acciones, no basta sencillamente con las propuestas anteriores, sino requieren de la esencia etimológica de confianza, de FIDES, de la virtud pública esencial que ha vertebrado el comportamiento humano durante milenios. No somos más listos que los romanos, solo vivimos en otra época.
Pensamos a estas alturas del siglo XXI que inventamos la rueda cada día, que somos más sabios que nunca, más dinámicos, más acelerados, más innovadores y creativos, pero quizá estemos yendo demasiado deprisa. Posiblemente carezcamos de virtudes milenarias como la prudencia, la cautela o la reflexión necesaria para darnos cuenta que la confianza es un activo que se potencia con la coherencia en el día a día, la perseverancia, el rigor, la ejemplaridad como virtud imitable y la aportación de valor constante. Eso, no lo puede hacer un click, tampoco una promesa de valor eternamente virtual, pero si el contacto cercano de un profesional que hace lo que dice. Un semejante, otro ser humano que se esfuerza cada día por ser confiable para ganar el compromiso de hoy y de mañana.