Acertó Juan Rosell, el presidente de la CEOE, cuando nombró a Josep Sánchez Llibre su emisario en el Congreso. No en vano, el expolítico catalán —de las filas democristianas de Duran i Lleida— ha sido diputado en el Congreso durante 22 años. Mucho tiempo y muchas horas en la carrera de San Jerónimo, lo que le llevó, como dicen algunos veteranos periodistas parlamentarios, a convertirse en parte del mobiliario.

Durante ese tiempo, fue el genuino representante de los intereses de Cataluña—en particular, de sus empresarios— en el corazón del Estado. Pero en 2015, tras no repetir como diputado, se quedó fuera del Parlamento. Ahora, ha vuelto por la puerta de atrás (como asesor de CEOE), pero dentro de muy poco volverá por la puerta grande. No en vano, una de las primeras iniciativas presentadas por los diputados de la antigua Convergencia Democrática, ahora en el Grupo Mixto, ha sido que el Estado ‘legalice’ el funcionamiento de los ‘lobbies’.

En concreto, la Mesa de Congreso ya aprobó hace algunas semanas admitir a trámite y trasladar al Gobierno una proposición de reforma del reglamento para la creación del registro de los grupos de interés o ‘lobbies’. La inscripción será obligatoria para los lobistas que deseen reunirse con los diputados o senadores para influir sobre decisiones legislativas, pero también con el personal adscrito a la labor parlamentaria. La afilada pluma de Sánchez Llibre está detrás de esa iniciativa.

El exdiputado nacionalista —del sector no independentista— no es el único que se ha movido para sacar adelante una legislación que se resiste, y que convierte a España en uno de los pocos países de la UE que no tienen regulada esta actividad. Incluso en Bruselas, existe un registro al que se han acogido las grandes empresas españolas.

El grupo parlamentario de Ciudadanos, sin ir más lejos, y en el marco de la lucha contra la corrupción, ha presentado una proposición de ley que pretende regular el régimen y la actividad de los lobistas y de los ‘lobbies’. Esta propuesta saldrá adelante, lo que significa, lisa y llanamente, que Sánchez Llibre volverá a tener ‘escaño’. O, al menos, podrá estar como en casa en el viejo caserón de la carrera de San Jerónimo.

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