Si nos atenemos a la primera interpretación de puertas giratorias de esta serie de artículos, no es cierto en absoluto que impedir dichas puertas giratorias condene a la muerte civil al que deja la vida pública. Todo lo contrario, el paso por ciertos niveles de la política suele dar una notoriedad, unos conocimientos y una agenda de contactos que, como en cualquier profesión, si se ha hecho bien, mejoran sustancialmente el currículum personal y facilitan una rápida mejora de la carrera profesional del político en cuestión.

Ahora bien, impedir las puertas giratorias en la segunda acepción dada en esta serie llevaría a la muerte del ascenso fraudulento a quienes harían uso de ellas, conscientemente o no, para entrar en un conflicto de intereses entre su futuro para la vuelta provechosa a las empresas o sectores de los que provienen y la integridad de sus funciones de regulación y control de dichas empresas.

No, impedir el segundo tipo de puertas giratorias no conduce a un político completamente profesionalizado que desea vivir siempre de la política, más bien al contrario, es la posibilidad de que la política mejore sus carreras e ingresos profesionales lo que les puede llevar a luchar por permanecer en la política hasta llegar lo más alto posible en sus carreras o hasta que estas les permitan tener la suficiente relevancia social para dar el salto al sector privado y, también viceversa, el paso del mundo profesional y directivo a la alta política y vuelta a la vuelta de la puerta giratoria.

Ante esa posibilidad y con un sistema electoral de listas cerradas, decididas verticalmente a dedo por los partidos, lleva también a la dependencia de los elegidos por los ciudadanos no de quienes los eligieron sino de los aparatos partidarios que deciden su futuro, creando una endogamia orgánica que lleva a la selección negativa de una parte de la clase política formada por sumisos y mediocres, incapaces de ganarse la vida a ese nivel en competencia leal con los demás y buscadores del lanzamiento a los altos niveles de la empresa o de la permanencia en la política a toda costa.

La regulación de los grupos de interés, su `lobby´ y sus lobistas.

Y en esta larga y peligrosa transición entre un sistema de influencia endogámico, nepotista y corporativo, llamémosle tradicional y un sistema basado en la formación, el mérito y la experiencia, llamémosle profesional,nos encontramos hoy sin tener aún reguladas las normas que deben regir los grupos de interés y su defensa, los lobbies y los lobistas y sus registros lo cual incrementa, si cabe, los riesgos de funcionamiento irregular de los mismos.

Nos movemos entre dos mundos muy diferentes a los que, ciudadanos y medios de comunicación llaman de la misma forma y mete en el mismo saco: los lobbies y los lobistas. Por un lado, están quienes forman parte del sistema que acabamos de denominar tradicional, los de ¡esto lo arreglo yo en una cena!, hoy claramente colmatado por los casos judiciales que hacen de la corrupción la segunda preocupación de los españoles y a quienes no se debe llamar lobistas, si no traficantes de influencias.

Por otro lado, están los lobistas profesionales, aquellos que, simplemente, como en los mejores países de nuestro entorno, pretenden ser buenos profesionales dedicados a perfeccionar la democracia a través del ejercicio de los derechos constitucionales para trasladar las opiniones e intereses de todos los grupos sociales y económicos a los poderes públicos para que estos tengan toda la información posible sobre las consecuencias de cada opción a la hora de decidir, de la mejor forma posible, el interés general.

Los mal llamados lobistas, traficantes de influencias tradicionales huyen de la transparencia, de las incompatibilidades y de la limitación de las puertas giratorias como Drácula de la luz: mueren con ella. Por el contrario los lobistas profesionales aman la transparencia y necesitan del registro, de las incompatibilidades, y de la limitación de las puertas giratorias, entendidas en su segunda acepción, las aman como la propia luz que les da la vida.

Dicho claramente, un profesional del lobby no debe desear pasar de representar a un grupo de interés regulado a ser el regulador de esos mismos intereses a corto o medio plazo, el conflicto de intereses sería evidente. Tampoco un regulador debería desear pasar a representar los intereses que regula a corto y medio plazo, tendría el mismo conflicto. La luz correría peligro ante las sombras.

Los lobistas profesionales necesitan un registro y unas normas de gestión pública absolutamente transparentes que separen el grano de la paja en los procesos de decisión pública. Necesitan del registro donde todos sepan quién es quién y a quién defiende cada uno, donde todos sepan, con las agendas públicas y la huella legislativa quién se reúne con quién y qué defiende cada uno, necesitan, por fin, de un claro sistema de control de las puertas giratorias que reduzcan el conflicto de intereses y el tráfico de influencias para que el ejercicio abierto y transparente del derecho democrático a la defensa de la propia opinión y del propio interés puedan consolidar la democracia.

Solo la defensa a ultranza de la transparencia y de la luz que pueden conseguir el registro, la agenda pública, la huella legislativa y la limitación de las puertas giratorias podrán mantener y acrecentar la credibilidad y reputación de los lobistas profesionales frente a los traficantes de influencias tradicionales. Solo el compromiso de los mismos con los instrumentos para conseguir estos valores podrán separar el trigo de la paja, podrán separar el reino de la luz del de las tinieblas y poner, a cada uno, en el lugar que merece.

Artículo original